En los dos
capítulos anteriores hemos enumerado las cualidades que todo líder debe poseer.
Por oposición a ellas tendríamos aquellas otras que caracterizarían al
antilíder.
No obstante,
vamos a señalar algunas de las más relevantes:
Soberbio: Se
cree en posesión de la verdad, no escucha, no pide consejos, no acepta otros
puntos de vista, no sabe reconocer sus errores, no reconoce sus propias
limitaciones. Todo ello le puede llevar a cometer errores muy graves que pongan
en peligro el futuro de la empresa, aparte de que este modo de comportarse
genera un fuerte rechazo entre los empleados.
Incumplidor:
Promete y no cumple, su equipo se esfuerza esperando conseguir la recompensa
prometida y ésta no se produce. Esto le lleva a perder toda credibilidad. El
equipo pierde su confianza en él y no va a estar dispuesto a seguir realizando
esfuerzos adicionales.
Temeroso: Es
una persona que se siente insegura, lo que le lleva a ser extremadamente celosa
de su parcela de poder. Tiene miedo a que alguien le pueda hacer sombra y ello
le lleva a rodearse de gente mediocre.
Es una persona
acomplejada, el miedo a mostrar debilidad le lleva a rechazar consejos, a no escuchar,
a no permitir que la gente de su equipo brille.
Este tipo de
ejecutivo termina siendo despreciado por su equipo.
Apagado: un
líder apagado difícilmente va a ser capaz de generar entusiasmo en su equipo.
Si el líder carece de energía, de optimismo, de empuje poco va a poder motivar
a sus empleados.
Rehuye el
riesgo: El líder debe luchar por unos objetivos, unas metas difícilmente alcanzables;
esto le obliga a transitar por caminos desconocidos, a asumir riesgos. La
persona que evita el riesgo a toda costa es un conformista que se contenta con
lo que tiene y que difícilmente va a ser capaz de conducir la empresa a ningún
destino interesante. En un mundo tan cambiante como el actual, no moverse es
sinónimo de perder.
Deshonesto:
Cuando el directivo carece de unos sólidos principios éticos no es de extrañar que
termine cometiendo injusticias.
El equipo
difícilmente va a seguir a una persona de la que no se fía; más bien terminará despreciándola.
Falto de
visión: El líder consigue el apoyo de la organización a cambio de ofrecerle un proyecto
realmente estimulante: el líder vende ilusiones.
Si el jefe
carece de proyecto, ¿qué es lo que le va a ofrecer a su equipo?, ¿continuidad? Eso
lo puede hacer cualquiera.
Además, como
ya se ha señalado, la continuidad es hoy en día la vía más rápida hacia la desaparición.
Egoísta: Una
persona cuya principal (y a veces única) preocupación son sus propios intereses
difícilmente va a conseguir el apoyo de su equipo.
Los empleados
se darán cuenta inmediatamente del riesgo que corren confiando su destino a
esta persona, por lo que tratarán por todos los medios de apartarlo de la
dirección.
Iluminado: el
líder es una persona que se adelanta al futuro, pero manteniendo siempre los pies
en la tierra, sin dejar de ser realista.
Si los
objetivos que propone el líder son a todas luces utópicos, la gente perderá su confianza
en él. El puesto de trabajo es un tema muy serio y la plantilla no va a
permitir embarcarse en aventuras con final incierto.
Un iluminado
puede poner en riego el futuro de la empresa.
Autoritario:
El jefe que basa su dirección en el empleo del miedo puede conseguir a veces muy
buenos resultados en el corto plazo, pero termina inexorablemente dañando a la organización.
Los miembros
de su equipo aprovecharán la mínima oportunidad para cambiar de trabajo. Nadie
soporta a un tirano. El ambiente que genera es muy tenso, la gente actuará sin
iniciativa, irá al trabajo sin entusiasmo, y así difícilmente va a ser capaz de
dar lo mejor de sí.
Marc Soriano
Coach ejecutivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario