Autoridad versus persuasión
Cuando
se ejerce la dirección de un grupo surge la pregunta de si ésta se tiene que basar
en la autoridad o en la persuasión.
Ambos
conceptos son importantes. El líder tiene que ser una persona capaz de utilizar
su autoridad y capaz de persuadir.
En
la mayoría de las ocasiones el liderazgo se debería basar en la persuasión:
convencer
a los subordinados de que hay que actuar de tal manera.
La
persona rinde más cuando está convencido de lo que hace.
La
persona considerará estas decisiones como algo propio y se sentirá más
integrado en la organización (considerará que se le tiene en cuenta).
El
líder debe ser un auténtico experto en el arte de persuadir, debe ser una
persona realmente convincente.
En
la persuasión se produce un intercambio de ideas: el líder expone (vende) sus objetivos,
trata de convencer, pero tiene en cuenta la opinión de sus colaboradores.
Pero
en determinadas ocasiones el líder debe utilizar su autoridad y hacerlo con determinación.
Si
el equipo rechaza la propuesta del líder, si es un grupo problemático, ante una
situación de crisis, etc.
El
líder debe imponer su autoridad aunque sea impopular.
No
obstante, el líder no debe abusar del uso de su autoridad.
Los
empleados distinguen perfectamente cuando su uso está justificado y cuando
resulta caprichoso. En todo caso, el uso de la autoridad debe ir paralelo a un
extraordinario respeto hacia las personas.
El
líder tiene derecho a exigir, a dar órdenes, etc., lo que no tiene derecho bajo
ningún concepto es a abusar de las personas, a avasallarlas, a humillarlas.
Un
uso injustificado de la autoridad afecta muy negativamente a la unión entre el
líder y sus empleados.
A
nadie le agrada que le estén mandando continuamente. Los empleados son mayores
de edad y saben por lo general como comportarse.
Recibir
una orden es muy poco motivador. El empleado se limitará probablemente a cumplirla
y poco más (hacer el mínimo necesario para evitar el castigo).
Cuando
la dirección de un grupo se basa en el "ordeno y mando" es iluso
pretender que el empleado se sienta motivado, por lo que difícilmente va a dar
lo mejor de si mismo.
El
uso abusivo de la autoridad ("porque lo digo yo") crea un ambiente de
tensión que afecta a la integración de la plantilla con la empresa.
Si
el líder abusa de su autoridad, sus subordinados harán lo mismo (pero
multiplicado) con los niveles inferiores, generando un ambiente de tensión, a
veces insoportable.
Por
el contrario, si el líder promueve una dirección participativa, este modelo de
gestión también se irá extendiendo por todos los niveles de la empresa.
Hay
que rechazar la idea de que basar el liderazgo en la autoridad y no en la persuasión, es un signo de debilidad.
Todo
lo contrario, no hay mayor muestra de autoridad que el poder recurrir a ella y
no hacerlo, renunciar voluntariamente al empleo del poder en favor de la
persuasión. El equipo capta esto inmediatamente. El ambiente de trabajo mejora
radicalmente, la gente se siente a gusto, se muestra participativa, con ganas
de hacer cosas.
Hay
que dejar muy claro que el dirigir mediante la persuasión no implica ser menos exigente.
En
un mundo tan competitivo como el actual un alto nivel de exigencia es esencial
para que la empresa sobreviva.
No
obstante, este alto nivel de exigencia no tiene por qué estar reñido con tratar
de convencer a la organización de la conveniencia de las medidas que se
adoptan, ni de tener un trato cordial con los empleados basado en el respeto.
Un
alto nivel de exigencia no exige necesariamente actuar como un tirano.
Por
último, señalar que aunque se busque generar en la organización un ambiente de
trabajo agradable, participativo, evitando tensiones innecesarias, el empleado
debe tener muy claro que no se admitirá bajo ningún concepto la menor
indisciplina.
Al
empleado hay que tratarlo como una persona responsable, pero hay que exigirle
también que corresponda, comportándose con madurez.
Marc Soriano
Coach ejecutivo.